Comercios históricos de Las Palmas de Gran Canaria

El quiosquero bailarín de claqué de Las Palmas de Gran Canaria

El quiosco en el Paseo Tomás Morales lleva 70 años surtiendo a los vecinos de todo tipo de productos

La hija del bailarín y anterior dueño gestiona actualmente el negocio

De izquierda a derecha, Fabiola Fernández y Florinda Carvallo en el quiosco Paco con una imagen de Francisco Fernández.

De izquierda a derecha, Fabiola Fernández y Florinda Carvallo en el quiosco Paco con una imagen de Francisco Fernández. / Juan Castro

Joaquín Camisón comenzó a trabajar en el quiosco del Paseo Tomás Morales hace casi 70 años en Las Palmas de Gran Canaria. Sin embargo, no estuvo mucho tiempo al frente, ya que al poco le sucedió Francisco Fernández, que con el tiempo se convertiría en un personaje querido en el barrio por su pasión por el claqué. Actualmente, su hija Fabiola Fernández continúa con la herencia familiar entre dulces, periódicos y revistas. Sin embargo, el objeto más valioso es la foto de su padre colgada en una de las paredes.

Primero estaba ubicado unos metros más allá del emplazamiento actual y su estructura era de madera. Unos años después fue desplazado donde está actualmente aunque de cara a la carretera. Finalmente, lo cambiaron porque el humo de los coches molestaba Fernández que trabajaba de lunes a domingo en el lugar. No en vano todo el barrio conocía a la familia, que además vivía muy cerca del puesto, y además, también regentaban el Café Snack la Francesa, a unos pasos del enclave. El último cambio fue reciente, hace unos cinco años cuando el Ayuntamiento capitalino les cambió la estructura por la actual que es más robusta y de metal. «Nosotros no queríamos cambiarlo porque en el otro se podían meter hasta tres personas, ya que era grandito, este es más chiquitito, pero más bonito», apunta Carvallo, la madre de la propietaria que le ayuda a gestionarlo.

Pasión por el baile

Fernández tenía una vitalidad imposible de olvidar, su pasión por el baile, y en concreto, el claqué, lo era todo en su vida. Incluso en los últimos años cuando ya estaba enfermo se ponía los zapatos y seguía practicando nuevos pasos. No era raro verle en el interior del puesto dar saltos para practicar, y es que quienes más lo conocían sabían que cualquier momento era bueno para él. Bailó en el Cabildo de Gran Canaria, en el escenario del carnaval capitalino y en muchos hoteles del sur, pero cualquier escenario era bueno incluido su puesto. «Recuerdo que cuando falleció vino el cura al tanatorio y al verlo se sorprendió y dijo: «¡Claro que no conozco a Fernández, yo me gocé sus bailes!», comenta entre risas su esposa Florinda Carvallo.

Cuando Fabiola Fernández asumió la responsabilidad del quiosco tras la jubilación de su padre recuerda que este no podía estar más feliz de que su hija continuara el legado. «Me decía, pon esto, pon lo otro, quería que hiciera más cositas para que tuviera más ventas», comenta Fernández.

Menos ventas

La dueña lamenta que las ventas han decaído en los últimos años y como consecuencia, después del Covid decidió cerrar por las tardes, ya que el trasiego de clientes era mucho menor. Durante la época de su padre contaban con más variedad de productos, como helados y refrescos en una pequeña nevera, donuts, bollos, entre otros dulces y chuches. «Antes pasaban muchísimos niños, gente de juventud, que estaban en los institutos y no habían otros, todo el mundo tenía que venir a los que estaban aquí», comenta Carvallo. La misma hija de Fernández solía pasar por el puesto de su padre para pedirle golosinas después del colegio.

Fabiola creció entre visitas a su padre, por lo que muchos de los clientes fieles la han visto crecer. Sin embargo, nunca trabajó en el quiosco hasta que su padre se jubiló. Sí lo hizo en el café la Francesa donde trabajaba su madre. Madre e hija siguen compartiendo espacio de trabajo porque desde que Fabiola comenzó con el puesto ella le acompaña y ayuda. «Porque si no estoy ella no puede ni ir al baño desde las seis de la mañana», apunta.

Aunque Fernández destaca que es un trabajo sacrificado, comenta que ambas se lo «pasan pipa» gracias a la atención al público. «Estamos con todos los vecinos que nos conocen que vienen aquí, que están un ratito con nosotros hablando», cuenta. El quiosco es una estampa habitual para muchos, sobre todo para aquellos clientes fijos. «Somos muy queridos por todos los vecinos, por ejemplo, cuando cambiaron el puesto y lo pusieron bonito se quitó la estructura y se quedó vacío por un par de días, y todos los vecinos se preguntaban qué pasaba, porque se quedaron todos sorprendidos, la gente no quería que le quitaran el quiosco de toda la vida», rememora Fernández.

Jubilación

Al retirarse Francisco Fernández siguió con el baile, abrió cerca del quiosco una academia de claqué para enseñar todo lo que había aprendido de forma autodidacta. «Aprendió viendo la tele y copiando los pasos», cuenta su hija. «Dio clase a un chiquito que cogió un premio y también a una niña que ahora es famosa», cuenta Carvallo. A pesar de que Fabiola aprendió algunos de los pasos y no le cuesta bailar, no es tan profesional como su padre. «Al verlo ahí todo el día, terminaba uno loco», comenta entre risas. 

Fabiola explica que seguirá en el quiosco hasta su propia jubilación, y luego el destino del negocio es incierto, a pesar de que tiene hijos cree que es muy pronto para saber si les interesa continuar con el comercio. Mientras tanto, seguirá vendiendo la prensa, las chuches y el tabaco a sus clientes nuevos como de toda la vida, así como riendo con ellos y siendo espectadora de todo lo que acontece en el paseo, al igual que la imagen de su padre, que la acompaña en todas sus jornadas laborales.